Me hablaste de la vida en el pueblo, de cómo vivías con tus
hermanos y cómo vivías en casa. Me contabas cómo tu padre se sentaba en el sofá
y veía cómo tu madre hacía las tareas del hogar. Cómo los hermanos
iban al campo y les llevabais la comida y os quedabais a trabajar con ellos durante
la tarde, volviendo a casa al anochecer para preparar la cena y que estuviera
todo listo para cuando ellos llegaran.
Tú. Sí tú. También me contabas cómo se pavoneaban los chicos
a vuestro alrededor y cómo no podíais decidir con quién os casabais. Me
hablaste de cómo tu hermana tuvo 4 hijos porque dios no quiso más cuando su marido
quería tener un equipo de fútbol, pero no podía rechistar.
Ella también me explicó que la vida en la ciudad no era muy
diferente. Manolo gritaba a María y le pedía las zapatillas al llegar a casa. Y
María no podía salir sola a la calle. No porque le fuera a pasar algo: Manolo
no la dejaba. Manolo llevaba el dinero a casa mientras María la adecentaba y
cuidada a sus hijos. Hijos que eran más de ella que de él si solo tenemos en
cuenta la atención que Manolo les prestaba.
Él me contó lo que había vivido de pequeño: su madre era
maestra hasta que él nació. En ese momento, dejó de ejercer en la escuela para
ejercer en casa, y ya nunca volvió a trabajar. Cuando quiso hacerlo, ya estaba
mayor. Él vivió en su casa la misma situación que muchos otros.
Tú, sí tú. También me contaste cómo cambiaron las cosas.
Cómo la vida que viviste de pequeña te marcó y tomaste decisiones. Trabajaste
en casa, pero también fuera. Y sí, te casaste. Porque quisiste. Y con quien
quisiste. Y tuviste dos niños, porque los dos pensasteis que era lo que
queríais. Y ambos salíais a trabajar por la mañana y os ayudabais con las
tareas y con la gestión del hogar. Y los dos decidíais qué veíais en la tele y
dónde os ibais de vacaciones. Y él cocinaba y tú recogías la mesa. Y, a veces,
él trabajaba más. Y otras, lo hacías tú. Buscabais la igualdad entre vosotros
aunque os disteis cuenta de que lo que realmente queríais era la equidad.
Tú, sí, tú. Me enseñaste que los ideales se persiguen. Que
no todo está marcado y que no hay que seguir la línea. Que podemos tomar
decisiones, decidir, hablar, escuchar, dialogar, llegar a acuerdos. Que no
siempre tenemos razón y que no siempre tenemos que dársela a los demás. Que la
vida hay que lucharla, para bien o para mal. Que los sueños se cumplen, pero hay que
soñarlos, recordarlos y luchar por ellos. Que tenemos que aprovechar las
oportunidades. Que todos somos diferentes. Pero que, todos, somos
iguales.