viernes, 29 de junio de 2018

Con la raja de su falda

Volvía de dar un paseo y me la encontré. Colgada como un saco de patatas enganchada por la falda en la valla del jardín y la cara a medio metro de partírsela contra el suelo. Me vio y sonrió: "¡Abuelito!"

Me acerqué intentando transmitir tranquilidad para que no se moviera mucho y no terminara de caerse pero ella estaba tan pichi colgando. "¿Me ayudas, porfitas? No puedo soltarme. Me subí por dentro, por los rosales, e intenté dar un salto muy grande desde la columna a la acera pero no me acordaba de la falda y llevo un rato colgando y me quiero ir a jugar".

La sujeté y la descolgué. En cuanto puso los pies en el suelo salió corriendo y se fue a la parte de atrás, desde donde se oían los gritos de sus amigos que estaban jugando al fútbol.

Siempre fue un poco descerebrada. Intrépida y sin miedo. Y espero que siga siendo así aunque ya no esté con ella. Que se atreva con todo pero que sepa poner las manos si va a caerse de morros. Que siga siendo mi pequeña ratoncita que corría enseñando el culo después de rajarse la falda por saltar desde donde no debía. Que siga sin tener miedo a nada. Y, sí lo tiene, que haga las cosas con miedo. Porque entonces, además, será valiente. Una ratoncita valiente.


"Casi todo lo difícil es lo que más merece la pena" 

lunes, 25 de junio de 2018

EL viaje de fin de curso

Era la primera vez que viajaba sola. Tenía 18 años recién cumplidos y era EL viaje. Acabábamos de terminar el instituto y nos esperaba el último verano sin hacer nada. Pasábamos del colegio a la universidad. Teníamos tres meses por delante para disfrutar después de los agobios de los cuatro últimos años: BUP y COU, la selectividad, las decisiones de qué queríamos ser de mayores, las primeras salidas nocturnas, los problemas de la adolescencia, la presión de la responsabilidad, los exámenes...

Pero esto había acabado. Aquel 24 de junio comenzaba nuestro verano.

Habíamos quedado a las 6.30 en la estación de autobuses para emprender la aventura. 8 o 9 horas de autobús no eran nada para lo que nos esperaba.

Hasta Ávila muchos fuimos durmiendo. Los que aguantaron despiertos se contaban la vida de los últimos dos días y también aprovechaban para hacer alguna foto a los que estaban con la boca abierta y la baba cayendo por la comisura de los labios. Alguno daba cabezazos sobre un cojín pequeño que había metido en la mochila y otros escuchaban los últimos éxitos en el walkman. Pero, al hacer la parada abulense, todo cambió. Ninguno siguió durmiendo y empezamos a disfrutar de nuestro viaje. Nos colocamos de la manera más parecida a un círculo que nos permitían los asientos y comenzamos. 


Hicimos un recorrido a través del tiempo, de nuestra historia. Cuatro años de amigos del colegio, de anécdotas de clase, de amoríos entre compañeros, de vueltas a casa a mediodía, de salidas nocturnas y de paseos por el parque. Cuando ya no se nos ocurrían más anécdotas, jugamos a la botella y al conejo de la suerte. Juegos de colegio en un autobús, donde daba más emoción.

Cantamos. Cantamos y mucho. No solo canciones de la época, también del pasado: canciones de campamento, canciones de los 80 y alguna que nos acordábamos de principios de los 90. Y volvimos a jugar: beso, verdad o atrevimiento. Y recordamos más anécdotas de esos años. Nos reímos de las chorradas. Y lloramos porque todo se hubiera acabado. Porque cada uno íbamos a estudiar una carrera y nos íbamos a separar. Pero al momento nos daba igual.

En las paradas hasta llegar a Benidorm bajábamos y saltábamos agarrados como una piña, y volvíamos a reír. Y subíamos de nuevo, continuando nuestra aventura. Y, sin darnos cuenta, el autobús se detuvo, en su última parada del viaje. Salamanca - Benidorm.

Nos esperaban 7 días de vacaciones. Solos. Sin padres. Sin preocupaciones. Sin estudios. Sin responsabilidades. 7 días de los 3 meses que nos quedaban por delante.

Ese viaje, que comenzó en autobús, continuaba en tierra firme. Sin ruedas. Sin movimiento. Pero seguía. Hasta que, en 168 horas, cogiéramos el bus de vuelta. 168 horas para nosotros. Lo que pasara en Benidorm, se quedaría en Benidorm. Y en el habitáculo del bus a Salamanca donde, seguro, recordaríamos todos los detalles de ese primer viaje. De NUESTRO viaje.





martes, 12 de junio de 2018

¿Por dónde empezar a buscar?

Cuando tenía catorce años quería jugar
y cuando cumplía quince quería molar.

Con dieciocho quería poder votar
y a los diecenueve conducir para poder viajar.

A los veinte mi objetivo era salir
y a los veintiuno solo me quería divertir.

Llegué a la treintena y quería un trabajo para vivir
y a los cuarenta buscaba tener tiempo para mí.

A los cincuenta buscaba entretenerme
y a los sesenta solo pensaba en jubilarme.

A los setenta mis nietos eran mi predilección
y a los ochenta  quería que mis hijos me prestarán atención.

Ahora con noventa me doy cuenta de que siempre estuve buscando. Si pudiera cambiar algo, sería eso: me centraría en buscar bien. Buscaría dentro, dentro mí, porque ahí estaba todo. Eso me habría permitido disfrutar (más y mejor) de lo que tenía fuera.

"La vida está hecha de esos pequeños momentos que hacen que disfrutemos: 
la familia, los amigos, una flor, o muchas margaritas, una cena, una sonrisa, un paseo bajo la luz de la luna, una caricia, un abrazo, una mirada... Y todo eso solo lo podemos apreciar si miramos desde el corazón". 



#SabiduriaAbuelil