lunes, 25 de junio de 2018

EL viaje de fin de curso

Era la primera vez que viajaba sola. Tenía 18 años recién cumplidos y era EL viaje. Acabábamos de terminar el instituto y nos esperaba el último verano sin hacer nada. Pasábamos del colegio a la universidad. Teníamos tres meses por delante para disfrutar después de los agobios de los cuatro últimos años: BUP y COU, la selectividad, las decisiones de qué queríamos ser de mayores, las primeras salidas nocturnas, los problemas de la adolescencia, la presión de la responsabilidad, los exámenes...

Pero esto había acabado. Aquel 24 de junio comenzaba nuestro verano.

Habíamos quedado a las 6.30 en la estación de autobuses para emprender la aventura. 8 o 9 horas de autobús no eran nada para lo que nos esperaba.

Hasta Ávila muchos fuimos durmiendo. Los que aguantaron despiertos se contaban la vida de los últimos dos días y también aprovechaban para hacer alguna foto a los que estaban con la boca abierta y la baba cayendo por la comisura de los labios. Alguno daba cabezazos sobre un cojín pequeño que había metido en la mochila y otros escuchaban los últimos éxitos en el walkman. Pero, al hacer la parada abulense, todo cambió. Ninguno siguió durmiendo y empezamos a disfrutar de nuestro viaje. Nos colocamos de la manera más parecida a un círculo que nos permitían los asientos y comenzamos. 


Hicimos un recorrido a través del tiempo, de nuestra historia. Cuatro años de amigos del colegio, de anécdotas de clase, de amoríos entre compañeros, de vueltas a casa a mediodía, de salidas nocturnas y de paseos por el parque. Cuando ya no se nos ocurrían más anécdotas, jugamos a la botella y al conejo de la suerte. Juegos de colegio en un autobús, donde daba más emoción.

Cantamos. Cantamos y mucho. No solo canciones de la época, también del pasado: canciones de campamento, canciones de los 80 y alguna que nos acordábamos de principios de los 90. Y volvimos a jugar: beso, verdad o atrevimiento. Y recordamos más anécdotas de esos años. Nos reímos de las chorradas. Y lloramos porque todo se hubiera acabado. Porque cada uno íbamos a estudiar una carrera y nos íbamos a separar. Pero al momento nos daba igual.

En las paradas hasta llegar a Benidorm bajábamos y saltábamos agarrados como una piña, y volvíamos a reír. Y subíamos de nuevo, continuando nuestra aventura. Y, sin darnos cuenta, el autobús se detuvo, en su última parada del viaje. Salamanca - Benidorm.

Nos esperaban 7 días de vacaciones. Solos. Sin padres. Sin preocupaciones. Sin estudios. Sin responsabilidades. 7 días de los 3 meses que nos quedaban por delante.

Ese viaje, que comenzó en autobús, continuaba en tierra firme. Sin ruedas. Sin movimiento. Pero seguía. Hasta que, en 168 horas, cogiéramos el bus de vuelta. 168 horas para nosotros. Lo que pasara en Benidorm, se quedaría en Benidorm. Y en el habitáculo del bus a Salamanca donde, seguro, recordaríamos todos los detalles de ese primer viaje. De NUESTRO viaje.





No hay comentarios:

Publicar un comentario