jueves, 17 de marzo de 2011

Amargor

Con este amargor tan extraño en la boca sigo mirando al frente. Sé que otro golpe va a llegar pero no sé por dónde. No veo bien. El boxeo es un deporte duro y yo no era consciente: empecé a practicarlo por saber cómo era, por liberar tensiones, por probar algo nuevo. Y no puedo dejarlo, no ahora. Estamos en el ring: mi adversario y yo. Evito su mirada pero él me controla. Es rápido, mucho, y yo un enclenque a su lado. Espero el golpe, me viene de frente y no puedo esquivarlo. Caigo al suelo. Se acabó. No recuerdo más.

Poco mal

Son las 8. Planes del día: desayunar, hacer la cama, pasear, comer, siesta, seguir con la novela, pasear, cenar, descansar en el sofá e ir a dormir. Sí, todo bajo control. Bajo a la cocina, me sirvo la leche, cojo las galletas y desayuno.

Subo arriba, me lavo los dientes y me visto. No sé qué me pasa… me tumbo. Se me va la cabeza. Cinco minutos y ya. Estoy mejor. ¿Qué hora es? Tengo hambre y sueño. Es la hora de la siesta. Me tumbo. Llaman por teléfono. Vuelven a llamar.

“Hola, hija. Hoy estoy estupendamente, otro día a lo mejor me pasa algo, pero hoy no. Un beso”, cuelgo. Y me vuelvo a tumbar. Tengo sueño. Son las doce de la mañana, pero creo que son las cuatro.

Se oye la puerta. Entra mi hijo y hablamos. Nota algo, yo no soy consciente. Esa tarde me voy a vivir con él. Sé que es por mi bien. Él se va y yo no sé lo que hago. Abro la puerta de la calle y me caigo.

Sí, hija, sí. Hoy estaba estupendamente, pero ya no. Poco mal y buena muerte, eso quería y eso tengo. Os quiero.