jueves, 26 de abril de 2018

#NoEsNo

Para ti. Para mí. Para ella. Para ellas. Para las que fueron. Y para las que vendrán.
Da igual dónde estés, cómo estés o con quién estés. 
No es no.
Da igual que hayas salido del bar.
Da igual que hayas ido de paseo.
Da igual que estés en su cama. 
Da igual que estés en tu casa.
Da igual que estés en un portal. 
Da igual que estés en un parque. 
Da igual donde estés. 
No es no. 
No importa lo que haya pasado entre vosotros. Ni lo que no haya pasado. 
No es no. 
Estar al lado de alguien en el bus no implica que te tenga que tocar la pierna.
Estar sentado al lado en un tren no implica que te tenga que rozar con su brazo.
Pasear por la calle no implica que nadie te piropee. 
Dormir en el mismo sofá después de una fiesta no conlleva que te tenga que tocar. 
Que te hayas liado con alguien no implica que eso tenga que volver a pasar.
Ir con alguien después de tomar unas copas no significa que vaya a pasar algo entre vosotros.
Salir con alguien de un bar no implica que te lo tengas que tirar. Ni a él ni a sus amigos.
No es no. 
Y, muchas veces, no hay ni que decirlo en voz alta. La actitud lo implica.
Porque no es normal que muchas mujeres hayamos vivido situaciones de abuso, o incluso de violación. Y que nos callemos. Que pensemos que algo habremos hecho. Que sintamos que la culpa es nuestra.

Porque no lo es. La culpa es del que lo hace. Y la vergüenza es que se salga impune de ello. Que una mujer denuncie, se atreva a hacerlo, vaya a la justicia y que ésta sea todo menos justa. Que se entienda que por su actitud ante la situación se vea que no hay violación. Que se juzgue que siguió con su vida. Porque hay que seguir adelante. Para olvidar o para seguir. Para seguir viviendo.

Lo que se juzgaba es lo que pasó. Y es que ella dijo no. Y dio igual. Se dio por hecho que el hecho de estar allí implicaba que no es sí. Y no. No hay más. Ella dijo no. Y no es no.




lunes, 23 de abril de 2018

¿Me cuentas un cuento, abuelito?

Ese era mi momento favorito. Cada vez que iba a su casa, las noches eran especiales. Me sentaba con él en la cama, cogía un libro del salón, se lo daba, y me contaba un cuento.
Daba igual el volumen que cogiera, el cuento siempre era diferente. Siempre tenía uno preparado.
Me contaba historias de príncipes y principesas, de dragones y mazmorras, de cuevas y ladrones. Se disfrazaba con la manta para parecer una bruja, simulaba luchas entre gladiadores y leones y paseaba por la habitación mientras recorría 100 leguas siguiendo miguitas de pan. Me contó la  historia de Coki, el rey del corral, y de los Trotamúsicos. Viajamos en submarino, visitamos la luna en cohete y salimos a buscar miles y miles de gamusinos.
Con sus cuentos visité más de 100 países, pasée por decenas de playas y vi cientos de atardeceres mientras el viento me revolvía el pelo.
Gracias a sus cuentos mi imaginación tenía vida propia. Gracias a esas noches quería aprender a leer, muy rápido. Quería haber aprendido a leer ayer. Aprendí a leer en voz alta y moviendo las manos con los signos de las letras, a gran velocidad, para pasar rápido de página y saber qué pasaba en el libro que tenía entre manos.
Leía en la cama. Leía en el sofá. Leía en el baño. Leía y leía.
Imaginaba la vida en otros países. Investigaba con Los Cinco. Vivía aventuras con Puk. Estudiaba en internados en Inglaterra a principios del siglo XX. Compartí la vida con los gorilas en centros de investigación de la selva africana. Daba la vuelta al mundo en 80 días. Sabía todo sobre la gallina. Y aprendía cosas sobre el lobo. Cogía un avión que me llevaba a un rancho de Texas y de ahí iba en furgo a Alaska y bajaba en bicicleta a Usuhaia.
Me encantaban las historias. Sus historias. Él me contaba los cuentos y yo los adornaba. Él me leía y yo imaginaba.
Por esas noches de cuentos, leo, leo y leo. Leo porque me gusta. Leo para aprender. Leo para imaginar. Leo para viajar. Leo para olvidar. Y también leo para recordar. Leo para vivir. Leo para pintar en mi cabeza el mundo de los colores que quiero. Porque con él aprendí que leer es soñar con los ojos abiertos.


lunes, 16 de abril de 2018

¿Sabes cómo se dibuja un sol?

"Abuelo, ¿sabes lo que me ha pasado hoy?", me dijo mientras pintaba en un folio.
"¿En el cole?", le contesté mientras ojeaba una página del periódico.
"No, en el cole hoy. En clase no ha pasado nada. Solo que en el recreo jugamos al pilla-pilla y me la quedé mucho rato. Sergio corría mucho y no le pillé ni una vez", comentó en voz baja mientras seguía dibujando, cambiando de un color a otro. Miré su obra de arte: creo que estaba intentando dibujar un sol pero plasmar algo en un papel no es un don de esta familia, aunque a él se le daba mejor que a mí, desde luego.
Al cabo de unos minutos, empezó a contarme una historia: "En el parque antes, abuelo, en el tobogán. Vino el niño del chándal del fútbol. Nos habíamos enfadado porque un día me empujó y me caí. ¿Ves esta costra?" - dijo mientras se señalaba un codo raspado - "Fue su culpa. Pero hoy ha venido a jugar conmigo. Y me ha dado un poco de su chocolatina. Así que creo que ya somos amigos de nuevo".
Y nada más. Así acabó la conversación ese día. Y así se zanjó el tema.
Unos días más tarde me fijé con quién jugaba en el parque: su nuevo más mejor amigo era el niño del chándal. Corrían por todos lados, jugaban al escondite y se tiraban globos de agua.
Con él aprendo las cosas importantes que nos rodean. Olvidar lo que no sirve para nada, el pasado que ya no podemos cambiar. Sonreír y disfrutar de cada momento con la eternidad que dura. Correr en el parque. Recibir el aire en la cara mientras deslizas tobogán abajo. Y a dibujar soles: siempre con ojos y una enorme sonrisa.



miércoles, 4 de abril de 2018

Azul, profundo e infinito

"Es azul, muy azul. Profundo, muy profundo. E infinito". Así me lo definía cuando le preguntaba por el mar.

Mi abuelo siempre me dijo que era un sitio para caminar, para oler, para sentir, para oír, para disfrutar. Y eso hacía él.

Caminaba por la orilla mientras el sol le ponía rojo primero y morenito después. Olía el salubre a la vez que le salían pecas por todo el cuerpo. Sentía la arena en las plantas mientras el agua le mojaba los pies. Oía las olas mientras miraba al infinito. Y disfrutaba como nadie de estos pequeños momentos.

Y eso intento hacer yo. Me acerco. Lo veo. Lo huelo. Lo siento. Lo paseo. Y también me salen pecas, como a él. Camino. Disfruto estos momentos, como él hacía, siempre que puedo.

Mar de primavera o de verano. Azul, profundo e infinito. Mar de otoño. Y mar de invierno.