jueves, 19 de julio de 2018

Dulces sueños de gominola

Regalices rojos, fresas y tiburones. Ella pasó su infancia dedicándose al noble arte de degustar gominolas. Daba igual cuándo y cómo, si era un finde o era un cumpleaños. Y él siempre estaba allí, guardándole las que más le gustaban. Llenándole bolsas y bolsas de sueños dulces.

Chupachups, gominolas con azúcar o jamones. Había siempre de todas las formas, colores y tamaños. Valían tanto para arreglar un mal día como para endulzar uno bueno. Si estabas triste, las comías llorando. Y, si estabas contento, las engullías sonriendo.

Bolsas transparentes o de colores. Cajas. Cestas. O en la mano.  

La tienda de gominolas. La tienda de chuches. Más grande o más pequeña. Daba igual. Era su tienda.

Ella, de pequeña, tenía la duda de con quién viviría si a sus padres les pasaba algo. ¿Viviría con su madrina que tenía una casa con gominolas? ¿O viviría con él, su padrino, que tenía la tienda de gominolas? Preocupaciones de la infancia. Elecciones que, por suerte, nunca tuvo que tomar.

Hoy, años después, se acuerda de todas esas cosas. De las tardes de domingo en la tienda. De las visitas a su casa, de pequeña y de mayor. De las llamadas por cumpleaños. O de las llamadas porque sí. De las gominolas. Esas que le acompañaron de pequeña y que todavía le ayudan a alegrar un día triste.

Regalices, bolas de azúcar, fresas... Siempre le gustaron más las de color rojo. Y él lo sabía, pero le daba de todos los colores para que conociese nuevos sabores.

Ella sabe que su afición, o adicción, creció esas tardes en la frontera. Con esas bolsas pequeñas o grandes llenas de sueños dulces. Por esos subidones de azúcar. Por ese cariño que notaba con cada mordisco. Por ese padrino que un día su padre eligió poner en su camino.

Gracias por tanto. Gracias por todo. Gracias por endulzar(nos) la vida. Siempre. Hasta sin tienda.



jueves, 12 de julio de 2018

Observaciones nocturnas

Las luces iluminan las calles, húmedas. Una farola se refleja en un charco. Una persona camina rápido, mirando al suelo, hacia algún lugar. Se oye un ruido lejano de un motor.

Caminamos. Se siente el viento, del sur, que nos despeina el pelo.

Un niño pasa a nuestro lado comiendo un gran helado de cucurucho. Vemos una lagartija cruzar la acera.

La luz de las farolas cambia de color según giramos la calle. De blanco a naranja. Luz de monumento. Luz de pueblo.

Un pájaro aterriza, coge unas migajas y alza el vuelo de nuevo.

Seguimos andando, observando a nuestro alrededor.

Ventanas iluminadas. Persianas subidas. Persianas bajadas.

Un beso furtivo en una esquina. Una caricia robada en un pequeño giro de manos. Una mirada esquiva.

Cambia el aire. Se oye la brisa. La calle sigue mojada y nosotros caminando por ella. Aprovechando la noche. Observando(nos). Sonriendo(nos). Mirando(nos). Aprendiendo(nos). Conociendo(nos).

Las luces continúan iluminando nuestros pasos, hacia ninguna parte. La noche nos lleva hacia su final. Hacia un amanecer anaranjado y luminoso donde empezará otro día. Nuestro día.


miércoles, 4 de julio de 2018

¡Sois mis Charritas!

Y se lo conté. Tenía mucha curiosidad, le hacía ilusión y no pude evitarlo. Le relaté cómo fue todo.

"Era finales de invierno, o principios de la primavera, no lo recuerdo. Las conocí en una calle, esperando para entrar a un bar, en el bar en el que más tarde echaríamos horas y horas jugando al remy y tomando cafeses. Y ahí empezó todo.

Tardes de parques. Mañanas de instituto. Horas al teléfono. Litros en el Neuchatel. Noches en Jesuitas. Bailes en Plutos. Y después en La Hacienda. Caminos de la vergüenza. Confidencias. Chistes. Risas. Abrazos. Viajes a Carnavales. Findes rurales. Amigos. Amigas. Amores. Desamores. Viajes madrileños. Salidas nocturnas. Whatsapps. Lloros. Más horas al teléfono. Confianzas. Conversaciones sin sentido. Más bailes. Pisos de alquiler. Besos. Paseos. Viajes. Conversaciones de princesas. Cervezas. Visitas. Muchas risas. Mucha tontería.

Todo esto, y más cosas, surgieron a partir de ese encuentro en esa calle. Se forjaron en ese bar jugando al remy y en mil situaciones más. Y, años después, siguen siendo mis amigas. Da igual lo que pase. Dónde vivamos. Mallorca, Guada, Salamanca, Madrid... nos da lo mismo. Lo que unió Charrilandia, no lo rompe nadie. Ampliando la familia. O siguiendo como estábamos. Porque somos Charritas y Olé".

Así ella entendió por qué nos queríamos tanto. Por qué nos reíamos tanto y por qué queríamos vernos. Porque somos Charritas. Y, está muy bien serlo en la distancia, pero en las distancias cortas, ganamos, ¡con bebé jefazo incluido! :)