lunes, 20 de marzo de 2017

Nuevos rincones, nuevos campos, nuevas aventuras

Él era un niño normal. Le gustaba ir al pueblo, salir con sus amigos, con sus primos, ir al campo, acampar en el huerto (cuando le dejaban), perseguir a las ovejas y escuchar historias de su abuelo. ¿A quién no le gusta esto? Solo al que no lo conoce. Pero él había tenido la suerte de hacerlo.

Y así vivió su infancia este chavalín. ¿Su nombre? Nadie lo sabía. Le llamaban por alguno de sus motes. A él el que más le gustaba era Meno. ¿Por qué? Le recordaba a Nemo, el pez payaso que se enfrenta a todo tipo de aventuras junto a su amiga Dory. Y él se sentía un poco así: un tanto payaso, un poco pez aventurero y un poco Dory porque se le olvidaban las cosas. Así que sí, vamos a llamarle Meno.

A Meno le encantaba la vida de campo. No porque viviera en un pueblo (no era Pepe 'el astronauta', solo se conocían de vista)  sino porque le gustaba todo lo relacionado con la naturaleza y siempre que podía se iba a la casa de sus abuelos para investigar los alrededores.

Meno conocía los campos, los caminos, las montañas, los árboles, los toros, las ovejas, los riachuelos, los amaneceres y los atardeceres de unos kilómetros a la redonda de su casa. Y muy pronto se dio cuenta de que necesitaba conocer más, así que empezó a irse un poquito más lejos para conocer nuevos paisajes, animales, ríos, piedras, pinos, encinas... Siempre conociendo cosas nuevas.

Así, Meno se volvió un experto en rocas, árboles, hierbas, arbustos, lobos, jabalíes, collados, laderas, amaneceres y atardeceres. Y empezó a vivirlo con más gente que disfrutaba como él conociendo cosas nuevas y viviendo la naturaleza como una parte vital de su ser.

A día de hoy, Meno, que sigue siendo un niño, tiene su vida, su casa, sus amigos y sus hobbies. Y sigue teniendo la necesidad de conocer cosas nuevas, campos nuevos, bosques más lejanos y nuevos escenarios. Meno tiene pocas cosas claras en la vida pero que quiere seguir conociendo y disfrutando de nuevos lugares... esto sí lo sabe.  Era, es y será un aventurero un poco pez payaso al que se le olvidan las cosas pero que disfruta en la naturaleza. Y siempre quedarán nuevos rincones para ser descubiertos.

"Si realmente amas la naturaleza, encontrarás la belleza en todas partes" (Vincent Van Gogh)





miércoles, 15 de marzo de 2017

¿Quién no se pone nervioso la primera vez que echa a volar?

Nervios. Esos nervios que se notan en la barriga, en el estómago. Esa ansiedad que no te deja dormir, que no te deja comer... o que te hace comer mucho, más de lo que deberías. Esta sensación puede aparecer por mil cosas, más trascendentales o menos, más personales o menos... Al final, los nervios son subjetivos, pero objetivos para cada uno de nosotros.

Aparecen cuando hay que ir a trabajar después de las vacaciones, o cuando te vas de viaje. Cuando hay cambios en tu vida, cuando tu equipo de fútbol se juega el pase a cuartos de Champions. Nos ponemos nerviosos cuando nos vamos a vivir a otra ciudad o a otro país. Cuando vamos a hacer algo nuevo o cuando vamos a probar una comida nueva. También cuando no sabes lo que se avecina. Aparecen cuando vamos al médico o al dentista. Cuando conoces a alguien. O cuando dejas de conocerlo. O cuando suena el pitido de salida en una carrera de orientación.

El día de Reyes, por la mañana, hay un cosquilleo en el estómago: son los nervios, que están ahí, esperando para ver las caras de los demás cuando abran los regalos que les has preparado con tanta ilusión.

Y así decenas, cientos de razones más. Cada uno tenemos las nuestras. A cada persona le afecta más una cosa u otra. Y hay nervios buenos y nervios malos. Lo importante es que sepamos controlarlos. Mejor o peor. Más efectivamente o menos. Total, nadie nace enseñado. Y hay nervios nuevos que no conocemos. Situaciones nuevas que nos 'ennerviosan' y que no sabemos afrontar. Pero aprenderemos.

'Todo el mundo está nervioso la primera vez que echa a volar' 


martes, 7 de marzo de 2017

Mejillas con sabor a mar

Lágrimas. Muchas. Salen de tus ojos y caen por tus mejillas dejando un sabor salado y un olor que te recuerdan lo que has llorado.

A veces ves algo emocionante y cae una lagrimita, y luego otra, y luego otra... Otras veces, lloras de tristeza y, a veces, de alegría. En ocasiones lloras, sin más, porque lo necesitas. Otras es porque te acuerdas de algo, y algunas porque piensas en algo.

Cuenta la leyenda que tratas de no llorar para que no te vean y eso provoca que miles de lágrimas se deslicen por tu cara. Que cuanto más fuerte quieres ser, más te desmoronas. Y que cuanto más triste estás, menos lloras, porque estás vacío por dentro.

Existe la teoría de que si lloras eres un blando. No lo creo. Llorar es de valientes porque liberas lo que tienes dentro. Dejas que todo fluya, que salga a la superficie. Llorar cansa porque sacas muchas malas sensaciones que habitan en tu interior.

Llorar hace que duermas mejor, porque te agota. Y lo hace para que descanses, para que tu cabeza deje de pensar. Para que tu cuerpo se relaje. Para que esos millones de lágrimas que empapan tus mejillas se sequen y, al día siguiente, te des cuenta de que es un nuevo y prometedor día.

Lágrima: zumo que sale de los ojos cuando se exprime el corazón (Anónimo)

jueves, 2 de marzo de 2017

Pues sí. La felicidad no se compra

¿Con qué llegamos? Con nada. ¿Y qué nos vamos a llevar? Nada. Entonces, ¿por qué le damos tanta importancia a lo que tenemos? Está claro que para vivir necesitamos cosas pero, ¿cuáles? Y, ¿tantas?
Soy la primera que tiene mochilas, pantalones, libros, objetos para decorar, collares, pañuelos... Y un sinfín de cosas que utilizo, o no, pero que ahí están. Y, ¿para qué?

  1. Hacen bonito en el salón
  2. Decoran las paredes
  3. Van a juego con algo
  4. Me lo he leído y puede que lo vuelva a hacer
  5. No tengo nada más de este color
  6. Me gusta
  7. ¿Y si lo utilizo para un disfraz?
  8. ¿Y si lo necesito en diez años?
  9. Me gusta (mucho)
  10. Me recuerda algo

Tenemos que ser conscientes de qué tenemos, para qué, por qué... Y no hablo de irnos a vivir a una cueva con taparrabos (aunque a veces me den (muchas) ganas), sino de valorar las necesidades reales que tenemos.

Vamos a preocuparnos de las cosas que merecen la pena. Porque, aunque nos lo vendan así y en ocasiones la busquemos en las cosas, la felicidad no se compra. La felicidad se tiene. Dentro. Solo hay que sentirla.

'La felicidad no es exterior, es interior. Por tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos'  
(Pablo Neruda)