Pero él siempre me aconsejaba bien. Después de echarme la bronca, por supuesto. Me dijo que las cosas se ven muy mal cuando se está muy cerca, que a veces hay que alejarse para ver con claridad. Ese domingo me llevó a la montaña. A una cerca de casa a la que íbamos de vez en cuando a ver el cielo desde las alturas mientras escuchábamos el silencio.
Ese día, mientras subíamos, bajó la niebla. No se veía nada. Teníamos que ir mirando al suelo para no caernos con las piedras. El suelo mojado de la humedad. Y tirar senda arriba. Cuando llegamos a lo alto, la niebla estaba bajo nuestros pies, en la loma de la montaña, y frente a nosotros teníamos un mar de nubes con un sol espléndido que nos cegaba los ojos.
"¿Ves? Hay veces que todo se ve oscuro, avanzas despacio para no caerte, no tienes claro el camino... pero cuando llegas arriba, lo ves todo más claro. Y las cosas malas al cabo de un tiempo las ves mejor. Porque, aunque esté nublado, el sol siempre está ahí. Solo tienes que esperar para verlo. Y desde arriba, desde la distancia, todo se ve más claro y con mejor perspectiva".