Ese olor. Lo
noto. Me recuerda algo. Me remonta a un lugar en el pasado, cuando caminaba por
una calle abandonada y vi a una señora cocinando. Este, en cambio, me sitúa en un
invierno: estoy sentada en un sillón orejero, con las piernas bajo las
faldillas al calor del brasero. Y, mientras camino por este bosque, estoy en mi
primer campamento, durmiendo en tienda de campaña, al lado de un pinar, ¡qué
bien huelen los pinos!
Andando por este pueblo hace frío, voy abrigada, y se ve y huele el humo de las chimeneas: soy una cría
y estoy viendo el fútbol, en la dos, al lado del fuego, y celebro los goles
como si fuera una final de la Copa de Europa.
Muchos olores me
recuerdan cosas, me traen a la mente lugares, momentos, personas. Épocas
pasadas. Recuerdos. Momentos.
¿A quién no le
pasa? El pan recién hecho, una hoguera, el campo mojado, el incienso, la miel,
una barbacoa, un chicle de fresa ácida, las especias, el jengibre, el té, un
árbol (¿cerezo quizá?), el tomillo… Tantos olores, tantos recuerdos… y los que
nos queda por oler, conocer, sentir y recordar.
“De los cinco
sentidos, el olfato es incuestionablemente el que mejor idea da de la
inmortalidad” (Salvador Dalí)
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