jueves, 20 de abril de 2017

Instinto, el olfato de la mente

Ese olor. Lo noto. Me recuerda algo. Me remonta a un lugar en el pasado, cuando caminaba por una calle abandonada y vi a una señora cocinando. Este, en cambio, me sitúa en un invierno: estoy sentada en un sillón orejero, con las piernas bajo las faldillas al calor del brasero. Y, mientras camino por este bosque, estoy en mi primer campamento, durmiendo en tienda de campaña, al lado de un pinar, ¡qué bien huelen los pinos!
Andando por este pueblo hace frío, voy abrigada, y se ve y huele el humo de las chimeneas: soy una cría y estoy viendo el fútbol, en la dos, al lado del fuego, y celebro los goles como si fuera una final de la Copa de Europa.
Muchos olores me recuerdan cosas, me traen a la mente lugares, momentos, personas. Épocas pasadas. Recuerdos. Momentos.
¿A quién no le pasa? El pan recién hecho, una hoguera, el campo mojado, el incienso, la miel, una barbacoa, un chicle de fresa ácida, las especias, el jengibre, el té, un árbol (¿cerezo quizá?), el tomillo… Tantos olores, tantos recuerdos… y los que nos queda por oler, conocer, sentir y recordar.


“De los cinco sentidos, el olfato es incuestionablemente el que mejor idea da de la inmortalidad” (Salvador Dalí) 


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