Luz por la ventana. ¿Serán
los primeros rayos de sol? Miro el reloj: las 7.55. Pues no, no son los
primeros rayos: en 5 minutos, sonará el despertador. Voy a aprovechar estos
segundos más… ‘¡Arriba! ¡Arriba! ¡Buenos días!’. ¿En qué momento decidí
que esta alarma era una buena idea? Desperezo. Bueno, lo intento. No puedo
pensarlo más, sino, me duermo de nuevo. Así que, pies al suelo y a la ducha.
Así comenzó un día más en
ese viaje.
Llevábamos ya unos días y
nos esperaba un largo día en tren. Visita a un palacio, a unos jardines y
llegada a Hiroshima. No era mal plan. Hasta que llegamos al palacio de Himeji y
nos avisaron: se acercaba un tifón. En 3 horas, cerraban. Bueno,
desprevenidos no nos pillaba, algo habíamos entendido en las noticias. Pero,
aun así, ¿a quién le apetece que le pille un tifón en medio de las vacaciones?
Lo bueno es que así íbamos a tener algo diferente que contar. Tocó visita
rápida al palacio y... comenzó el chaparrón. Se rompió el cielo sobre
nuestras cabezas. Y nos metimos bajo un porche a esperar a que escampara. Pero
no lo hizo. En un momento dado, pareció que llovía algo menos y nos animamos a
ir tirando hacia la estación que, por suerte, estaba cerca.
Caminamos rápido. Y nos mojamos, aunque no tanto como podíamos esperar.
Nos sobró tiempo así que dimos un paseo por la estación, que más parecía un
centro comercial, chocolate con bollos y rumbo a Hiroshima. El cielo seguía
gris. Muy gris. Nuestro futuro inmediato lo teníamos claro: nos esperaba una
tarde en el hotel viendo cómo llovía por las ventanas. Craso error.
Llegamos a nuestro destino y hacía un sol espléndido: nos habíamos cruzado con
el tifón en el viaje. Algo para agradecer. El sol le daba un toque diferente a
este lugar. Le quitaba la tristeza que le ponía la historia.
Tarde en Hiroshima.
Increíble esta ciudad. Lo que les pasó y cómo sobrevivieron. Cómo lo
afrontaron. Cómo empezaron de cero. Cómo lucharon contra su destino. Cómo
renacieron. Y cómo lo cuentan. Con qué entereza. Con qué sinceridad. Con
qué cercanía. Y qué malas sensaciones nos dejan a los visitantes del museo.
Allí notas que te vacías por dentro. Sientes que lo tuyo no importa, que no es
nada. Que tu vida es un paseo comparado con lo que pasó allí el 6 de agosto del
45. ¿Cómo pudo pasar esa atrocidad hace tan poco y cómo podemos olvidar
tan pronto?
Y, después, vacío por
dentro, visitas la ciudad. La paseas. La sientes. La vives. Y lo ves: el Dome.
Ahí cayó la A-Bomb. Y ahí sigue, de pie, lo que quedó de él. Y asombra. Es un
sitio tranquilo, en paz. Que llena. Que cuenta una historia desde el silencio.
Y vemos atardecer. Esas luces, esas nubes, esos peces, ese río… Ese momento.
Esa noche, después de un día más de viaje,
dormí diferente. Soñé diferente. E, intento, vivir diferente.
Deseando verte.��������
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