jueves, 21 de marzo de 2019

¡Momentos que ya podían ser eternos!

'¡¡Abuelito!! Hoy me han dicho en el cole que si ayer fui feliz. Era el día de la felicidad, ¿lo sabías?'

Recuerdo ese día como si fuera el mes pasado. Él me miró, sonriendo. Creo que ese fue un momento de felicidad para él. Mientras le preguntaba yo me acordaba de que el día anterior habíamos jugado a burro en el recreo y me lo había pasado pipa. Creo que también había sido feliz.

Han pasado unos años y sigo creyendo que la felicidad está en las pequeñas cosas. Y no en días determinados. No sé exactamente qué es. Y no creo que lo sepa nunca. Pero hay cosas que creo que se le aproximan.

Unas palabras determinadas justo en el momento en el que las necesitas. Un roce de manos inesperado y esperado. El abrazo después de estar un tiempo sin ver a alguien. Levantarte por la mañana y dar un achuchón mañanero. Ese momento en el que está toda la familia reunida, sin hacer nada, solo contándose batallitas. Llegar a la meta. Disfrutar de una carrera. Dar un paseo por el monte y respirar aire puro. Sofá, manta y ese libro que tanto te gusta. Sofá, manta y esa peli. Sofá, manta y esa persona. Comer el cuscurro de pan, calentito, mientras vas a casa. Ver cómo alguien come su plato favorito. Planear un viaje. Contar los días para hacer ese viaje. Abrigarse en un día de invierno, con gorro. Despertarse y estar donde quieres y con quien quieres. Esa llamada. Recibir una carta. Un primer beso. Ir a una capital europea. Un audio en el que te hacen burla. Hacer un nuevo amigo en la playa. Y acordarte de alguien al mismo tiempo. Aprender un juego. Y jugarlo.

Y hay más. Esos momentos en los que se te escapa una sonrisa. Esos momentos que te gustaría que fueran eternos. Esos. Y otros de los que me acordaré en otro momento. 

Y, por supuesto, un beso de abuelo.













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