Para ti. Para mí. Para ella. Para ellas. Para las que fueron. Y para las que vendrán.
Da igual dónde estés, cómo estés o con quién estés.
No es no.
Da igual que hayas salido del bar.
Da igual que hayas ido de paseo.
Da igual que estés en su cama.
Da igual que estés en tu casa.
Da igual que estés en un portal.
Da igual que estés en un parque.
Da igual donde estés.
No es no.
No importa lo que haya pasado entre vosotros. Ni lo que no haya pasado.
No es no.
Estar al lado de alguien en el bus no implica que te tenga que tocar la pierna.
Estar sentado al lado en un tren no implica que te tenga que rozar con su brazo.
Pasear por la calle no implica que nadie te piropee.
Dormir en el mismo sofá después de una fiesta no conlleva que te tenga que tocar.
Que te hayas liado con alguien no implica que eso tenga que volver a pasar.
Ir con alguien después de tomar unas copas no significa que vaya a pasar algo entre vosotros.
Salir con alguien de un bar no implica que te lo tengas que tirar. Ni a él ni a sus amigos.
No es no.
Y, muchas veces, no hay ni que decirlo en voz alta. La actitud lo implica.
Porque no es normal que muchas mujeres hayamos vivido situaciones de abuso, o incluso de violación. Y que nos callemos. Que pensemos que algo habremos hecho. Que sintamos que la culpa es nuestra.
Porque no lo es. La culpa es del que lo hace. Y la vergüenza es que se salga impune de ello. Que una mujer denuncie, se atreva a hacerlo, vaya a la justicia y que ésta sea todo menos justa. Que se entienda que por su actitud ante la situación se vea que no hay violación. Que se juzgue que siguió con su vida. Porque hay que seguir adelante. Para olvidar o para seguir. Para seguir viviendo.
Lo que se juzgaba es lo que pasó. Y es que ella dijo no. Y dio igual. Se dio por hecho que el hecho de estar allí implicaba que no es sí. Y no. No hay más. Ella dijo no. Y no es no.