Lolo y Manolita son
amigos de toda la vida. Casi casi desde que nacieron. Lolo todavía recuerda cómo
cuando jugaban al balón prisionero en la escuela ya no le tiraba a dar. Y Manolita cómo se empezaron a ver a escondidas cuando eran unos críos. Y
los dos se acuerdan de ese momento, detrás de la iglesia, cuando, en la
oscuridad de la noche y con la luz lejana de una farola, se miraron a los ojos,
muy muy profundamente, y no saben cómo todavía, se atrevieron a besarse.
Y Lolo se acuerda
de las cosquillas que sentía en el estómago cuando esa noche se despidió de
ella, tras la esquina para que no le vieran los padres de Manolita, y salió corriendo
hacia su casa, con la emoción en la garganta. Y Manolita todavía recuerda cómo le
temblaban las rodillas cuando entró por la puerta de la cuadra, aquella noche,
con una sonrisa que no le cabía en la cara y recordando esa mirada y el tacto
de los labios de Lolo.
Y, después de esa
noche, siguieron quedando. A escondidas y a la luz del sol. Detrás
de la Iglesia y en el bar del pueblo. En la misa y en las fiestas. En el campo
y en la plaza. Arando y llevando las vacas a pastar. Y, cuando podían, se besaban, a escondidas, como aquella noche. Y notaban las mariposas en el estómago y cómo
les temblaban las rodillas.
Hoy, unas décadas
después, siguen haciendo planes. Ahora sin esconderse. Casi 70
años juntos les permiten hacer lo que les plazca. Ya no van a arar, pero salen
de paseo. Ya no se ven detrás de la iglesia, llegan juntos a la puerta. Visitan a sus nietos. Y sus nietos les visitan a
ellos. Y siguen desayunando, comiendo y cenando juntos. Y siguen viajando
juntos. Y siguen viendo la tele juntos, tapados con las mismas faldillas. Y siguen
disfrutando de las pequeñas cosas, juntos. Y es que, hace 84 años, nacieron Lolo y Manolita. Los dos en septiembre. Los dos a finales. Los dos el 28. Y, ese día, sin que lo supiera nadie, ellos ya estaban
destinados el uno para el otro.
Besos
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