Marieta era muy dicharachera. Una niña afable y risueña que
disfrutaba con todo lo que se encontraba por el camino. Si veía un pájaro,
intentaba jugar con él, si tropezaba con una piedra, la cogía y la utilizaba
para echar un pati; si veía un caño con agua, bebía y con un palo movía el
agua.
Así hacía siempre Marieta: aprovechaba las oportunidades que encontraba
para ver el lado positivo y disfrutar de lo que se encontraba a su paso.
Lo
malo que tenía Marieta es que, cuando tenía que gestionar la tristeza, no sabía
hacerlo. Era una sensación nueva para ella que le provocaba reacciones raras
que no conocía. Y Marieta sufría mucho por estar triste, más de lo normal, y
sufría cuando veía tristes a los demás. Ella intentaba ser feliz siempre, y a veces
eso no podía ser.
Pero, Marieta, según crecía, aprendía a gestionar los días
negros y los pasaba a grises, y con mucho esfuerzo, los pasaba a color blanco.
Porque, está claro, Marieta seguía siendo dicharachera y, por mucho que la
tristeza quisiera entrar, ella era más rápida, más lista y más optimista.
Siempre más rápida, un paso más ;)
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