Mi abuela es la mejor cocinera del mundo. He probado comida de muchas abuelas pero ella hace el cabrito como nadie más que conozco. Me encanta comerlo con los dedos, relamiendo y buscando cualquier trocito de carne que quede entre los huesos.
Normalmente lo comemos en Navidad pero a veces le pedimos que nos lo haga otros días también. Cuando se lo decimos, va al súper y vuelve cargada con una bolsa que tiene pinta de pesar un montón. Se pone el mandil, se encierra en la cocina y para cenar tenemos la mejor comida del mundo.
A veces me cuesta comérmelo porque luego estoy empazonado un rato. Pero, aun así, merece la pena.
Si te digo la verdad, la verdad de la buena, es la mejor cocinera de cabrito. Otras cosas no le salen tan ricas. Pero a ella no se lo voy a decir.
Hubo un día, cuando era pequeño, tendría un año o dos, que me puso pesca. Pesca cocida. Sin mayonesa ni nada. No sé, pensaría que tenía los dientes pequeños y no podía morder todavía. Llegué con toda la ilusión de pasar el día con abuelita, jugando al balón y persiguiéndola por el pasillo, cenar con ella y dormir acurrucado en el sofá... y va y me pone pesca cocida para cenar. Y no la cola del pescadito. No. La cabeza, con ojitos y todo, porque era lo más rico y donde estaba todo el forosforo (o algo así dijo. Empezaba por f seguro).
A mí, que era pequeño, no me gustó nada. Ahora que ya soy mayor (tengo siete años para ocho) a lo mejor me gustaría más. De todas maneras, prefiero el cabrito.
La próxima vez que vaya a su casa le voy a preguntar qué hay de cena. Si hay pesca cocida, creo que me dolerá mucho la barriga y me quedaré en casa. Comeré pesca igual, pero al menos mi madre no me dará la cabeza.
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